25.7.11

1911-2011 CENTENARIO DE LA SEGUNDA CRISIS MARROQUI O CRISIS DE AGADIR ( 1ª PARTE )

La conferencia de Algeciras de 1906 estableció un régimen de tutela sobre Marruecos por parte de las potencias europeas con mayores intereses en el país norteafricano, es decir,  de Francia y España, aunque en principio  para preservar meramente el orden público, y permitiendo el libre desenvolvimiento de los intereses de los particulares de otras potencias, excluyendo por tanto el régimen de protectorado formal. Sin embargo, desde muy pronto Paris inició una progresiva y encubierta escalada de intervencionismo, con la ocupación de Uxda en mayo de 1907 y de Casablanca en agosto del mismo año despues del asesinato de nueve trabajadores europeos.

 Desde principios de 1909 el acuerdo implementado por las grandes potencias tres años antes respecto a Marruecos empezó a naufragar. El deterioro de la autoridad del sultán provocó disturbios tribales y un vacio de poder,  el cual Francia se veía tentada a llenar en su beneficio. Uno de esos incidentes, la revuelta en la primavera de 1911 de la cábila de los Zuar acompañada de agresiones contra europeos residentes en la ciudad de Fez, despertó en Paris la idea de lanzar una expedición para pacificar el área. El gabinete Monis era muy consciente de la fría acogida de su proyecto en Londres, Berlin y Madrid, principales actores internacionales afectados en sus intereses por tal medida. A pesar de ello, Monis dio luz verde a la expedición el 23 de abril de 1911. De hecho, el día 28 de abril el ministro de exteriores alemán A. von Kiderlen-Wächter le indicó al embajador francés en la capital germana, Jules Cambon, que la ocupación de Fez invalidaba los acuerdos de Algeciras; también acusaba a los franceses de no respetar los términos de la convención económica de 1909  obstaculizando con triquiñuelas burocráticas las actividades de las empresas alemanas en Marruecos. Curiosamente se produjo un intervalo de silencio alemán cuando las tropas francesas se desplegaron sobre el terreno a principios de mayo, que observadores ingleses interpretaron como una estrategia deliberada para que los franceses se implicaran tanto en su incursión que en contrapartida entregaran un cierto precio. A juzgar por los despachos de Jules Cambon a su gobierno, ese precio sería un puerto marroquí; posibilidad que fue mencionada por su hermano y embajador en Londres, Paul Cambon, a sus interlocutores ingleses. Esta afirmación probablemente correspondía a un doble juego francés. Mencionar esa posibilidad de un "Gibraltar" alemán abierto al Atlántico Central despertaría los temores británicos hacia la creciente flota germana ( aunque el almirante Fisher restó en su momento trascendencia a esa eventualidad ), y reforzaría de rebote el compromiso británico de 1904 de prestar apoyo diplomático a Francia en los asuntos concernientes a Marruecos.
FOTO. JULES CAMBON: DESEMPEÑÓ EL CARGO DE EMBAJADOR FRANCES ANTE BERLIN EN EL TRASCENDENTAL PERIODO  1907 - 1914, NEGOCIANDO  LA SEGUNDA CRISIS MARROQUI, ENTRE OTROS DELICADOS ASUNTOS.

Por otro lado, el ministro de exteriores Cruppi ( que abandonaría Quai D´Orsay en junio ), guiado por el director político y comercial del ministerio, rompió las negociaciones para la gestión conjunta del ferrocarril Fez-Tánger, y el nuevo acuerdo financiero con Marruecos ni siquiera mencionaba la participación alemana.

El tablero de juego era muy complejo.  Uno de los actores menores, España, estimaba que las sospechosas maniobras del comandante  francés Moreaux  en las cercanías de Alcazaquivir incumplían el acuerdo reservado hispanofrancés sobre áreas de intervención del 3 de octubre de 1904, y eran el preludio de la partición de Marruecos; el gobierno Canalejas preparó con la asesoría del cónsul español en Larache, Juan Zugasti, el desembarco de un destacamento español al mando del capitán Ovilo. La fuerza española tomó el 8 de junio sin lucha Larache y Alcazaquivir, desdeñando las presiones inglesas en sentido contrario transmitidas semanas atras por el embajador en Madrid Maurice de  Munsen por indicación del ministro de exteriores británico, Edward Grey.

La actitud de colaboración  de Inglaterra respecto a  Francia también quedó patente durante la visita del Káiser a Londres a mediados de mayo, cuando Grey anunció que " Inglaterra, en ningún caso y sea cuales sean las circunstancias, no  incumplirá sus obligaciones con Francia". Pero esta declaración no ocultaba el fastidio por el acto unilateral de los galos y su consecuencia lógica; Grey escribió el 25 de mayo "( Francia) esta tan hondamente implicada que no podrá abandonar ( Fez) y tendrá que transigir con una partición de Marruecos, sobre la que aparecerán dificultades, y algún precio habrá que pagar".




En junio esta conclusión era igualmente asumida por los franceses, y su preocupación inmediata era evitar que los alemanes participasen de ese proceso de división de Marruecos. En una entrevista de Jules Cambon con Kiderlen en el balneario de Bad Kissigen el 21 y 22 de junio, el primero propuso algun tipo de compensación colonial en otro lugar a cambio de la aquiescencia de Berlin a la partición con predominio francés. Aunque Kiderlen se mostró comprensivo, la concreción de la propuesta se dilató por la formación en Paris de un nuevo gobierno presidido por el liberal radical Joseph Caillaux. Este era un economista liberal con fama de flexible. En el intervalo, los dirigentes alemanes decidieron que era preciso dar un gesto público de autoridad frente al hecho consumado de la ocupación de Fez, y el 1 de julio un pequeño cañonero de la flota del Káiser, el "Panther", fondeó en Agadir. Según el comunicado alemán,  el buque permanecería surto en el puerto hasta que se restableciera la normalidad.  El canciller Bethmann-Hollweg catalogó tiempo despues el envío del "Panther" como "una notificación de que a Francia no se le permitiría ignorar nuestro deseo de una discusión completa, obligados por los procedimientos dilatorios del gabinete de Paris. Fue una respuesta defensiva a una acción agresiva  por parte de Francia".


 MAPA: EL REPARTO DE MARRUECOS 1905-1912

Para entender mejor el mecanismo de toma de decisiones, conviene recordar cual era la estructura
de los diferentes departamentos de exteriores de las grandes potencias involucradas en Marruecos. En Francia podían distinguirse tres camarillas:

- diplomáticos jóvenes, funcionarios permanentes ajenos a los frenéticos vaivenes gubernativos franceses. Controlaban la rutina diaria del Quai  D´ Orsay y los principales eran Maurice Herbette, Edmond Bapts y Alexander Conty. Se mostraban dispuestos a arrostrar grandes riesgos frente a Alemania. Herbette era particularmente activo, ya que anteriormente había sido jefe de comunicaciones, y creado intensos lazos y contactos con los periódicos.

- los titulares formales del ministerio de exteriores; su caracter efímero debilitaba su capacidad de maniobra y control sobre los vericuetos de su departamento. El ministro Pinchon fue sustituido en marzo de 1911 por Cuppi, a su vez reemplazado por Justin de Selves en el periodo crítico, a finales de junio.

- embajadores consagrados;  destacaban los hermanos Cambon en Londres y Berlin, Camille Barrere destinado en Roma, y George Louis en San Petersburgo. Estaban dispuestos a aceptar concesiones apaciaguadoras.

En los departamentos del Foreign Office las personalidades claves eran:


- Sir Arthur Nicolson, a cargo de la secretaría permanente desde mediados de 1910. Sus opiniones, formadas durante su acreditación como embajador en San Petersburgo, reforzaron a la facción antigermana acaudillada desde hacía años por Eyre Crowe, un brillante funcionario de carrera ( dominaba el francés y el alemán, y su propia madre era alemana )  que había ascendido en 1906 a secretario mayor de asuntos occidentales. En su momento Nicolson soportó muchas descalificaciones por la alianza anglorrusa que tan afanosamente había forjado años atras, lo que puede explicar su absoluto rechazo a la menor concesión a Berlín, puesto que podía trastocar su obra maestra. Junto a Nicolson y Crowe debe citarse a Francis Bertie,  embajador británico en Paris desde 1905.


- Entre ambas influencias se erguía el ministro titular, Edward Grey, uno de los más prominentes liberales imperialistas , desempeñando un papel equívoco, intentando presentar a Inglaterra como un árbitro imparcial cuando en realidad era una de las partes involucradas en el contencioso marroquí y en el equilibrio de poder mundial.


Fuera del Foreign Office estaban los mas dispuestos a contemporizar con Alemania: los liberales radicales como Lord Loreburn ( ocupando el cargo de lord canciller ), Lord Morley, Harcourt , Crewe y la mayor parte del gabinete británico. De hecho, lograron en los primeros días de julio suavizar el apoyo oficial británico a Francia.



En Alemania el organigrama decisorio parecía un poco más claro, con la figura del ministro de exteriores Kiderlen como portavoz autorizado. Bethmann confiaba plenamente en  su colega de consejo: " quizás el más hábil diplomatico que ha tenido Alemania en los últimos tiempos". Pero a renglón seguido añadía: durante su largo periodo de alejamiento en su puesto de los Balcanes el había quedado desconectado  de la comprensión  de los problemas esenciales de nuestra politica...llegó eventualmente a la conclusión   de que Francia no podría ser traida a las negociaciones salvo por métodos drásticos". Sin embargo Kiderlen no gozaba de confianza del káiser y el 17 de julio llegaría a amagar con dimitir en medio de tan delicadas circunstancias. Al igual que en Francia, los embajadores desempeñaban un  destacado papel a la hora de fijar las propuestas de actuación, en las personas del embajador en Londres, Paul von Metternich y el embajador  ante Paris, Von Schoen.
FOTO. KIDERLEN-WAECHTER, MINISTRO DE EXTERIORES ALEMAN EN 1911, Y ANTIGUO EMBAJADOR ANTE BUCAREST Y ESTAMBUL.


En los primeros días de julio las declaraciones oficiales francesas parecian restar importancia al incidente de Agadir, según se desprende de las sosegadas entrevistas de Jules Cambon con Kiderlen ( donde este mencionaba el Congo como posible contrapartida ) y las notificaciones  que  escribió a su gobierno y a su hermano. Tambien observadores ingleses como G. Graham, en carta al secretario personal de  Grey, se hacían eco de la aparente tranquilidad del primer ministro francés Selves.

Es muy posible que entre los franceses existiera cierta mala conciencia por sus reiterados pasos unilaterales en Marruecos, y tal vez el temor  de que estos pasos les indispusieran con los ingleses y la opinión pública mundial. Ciertamente algunos periódicos británicos relacionados con los liberales radicales pensaban que Francia habia provocado a los alemanes.  Pero los ambientes  que encabezaron en primer lugar la denuncia del caso Agadir en términos vehementes  fueron  precisamente británicos, exactamente el prestigioso periódico conservador  "The Times" y la burocracia del Foreign Office  afín a los liberales imperialistas, calificando el fondeo del "Panther" de "dangerous policy" ( política temeraria ). En el consejo de ministros del 4 de julio Grey arguyó que el acto alemán, sumado a los pasos previos de Francia y España, finiquitaban la vigencia de Algeciras y hacía necesario un nuevo trato a cuatro bandas, con los británicos como cuarto interlocutor. También se formularon los principios de negociación británicos: evitar  un punto de apoyo alemán en el litoral mediterraneo, la negativa a cualquier intento de nuevas fortificaciones en la costa y oportunidades libres para el comercio y las inversiones inglesas. Se descartó el envío de un buque británico pero se ratificó el apoyo diplomático a París.

Las cosas se complicaban porque franceses y alemanes parecian estar de acuerdo en establecer conversaciones bilaterales marginando al resto de potencias. El conde Metternich había sido instruido por su gobierno para centrar llamar la atención en Londres sobre el cambio de las condiciones en Marruecos a resultas de las acciones francesas y españolas, y sostener que esas acciones hacían imposible el retorno al anterior status quo. Alemania se prepararía para buscar un entendimiento final con Francia sobre la cuestión marroquí, la cual sería posible en vista de los fluidos canales de comunicación entre Francia y Alemania. Grey, en cambio, mencionaba a España como uno de los poderes envueltos en las operaciones militares y por tanto a considerar en las negociaciones, a pesar de Paul Cambon intentó hacerle cambiar de parecer en una entrevista el 4 de julio. Ese mismo día, en un diálogo entre Grey y Metternich, el primero afirmó que el gobierno británico era “ de la opinión que una nueva situación había sido creada por el envío de un buque alemán a Agadir”. Esta era una clara deformación de la posición adoptada esa jornada por el gabinete londinense, que en su informe al rey especificaba meridianamente que la nueva situación había sido creada por Francia y España. Grey parecía estar jugando por su cuenta para endosar la entera responsabilidad de la crisis a los alemanes, y Metternich y a través de él , su gobierno, no supieron calibrar  la trascendencia de la maniobra.

Nicolson y Crowe hasta proclamaron que una de las aviesas intenciones del envío del “Panther” era precisamente torpedear la Entente anglofrancesa. Incluso antes del estallido del asunto marroquí , en marzo de 1911, Crowe recelaba de las propuestas francesas para tender ferrocarriles mixtos francoalemanes en Marruecos, considerando esos planes como “un ejemplo flagrante de la viciosa politica en la que el gabinete francés esta empeñado...haciendo importantes concesiones políticas a nuestras expensas” Ciertamente la perspectiva de la falta de lealtad de Francia hacia sus socios de la triple Entente levantaba ampollas en el Foreign Office, aun cuando estos ataques de celos solían darse cuando un miembro de la Entente impulsaba por  cuenta propia alguna clase de arreglo con Alemania.


Otros informes posteriores, como el de Bertie el 9 de julio reforzaron estas prevenciones. En el se recogía que Selves “estaba enterado de que el golpe de Agadir tenía el propósito de comprobar la solidaridad de la Entente de Francia e Inglaterra ". Es mucho más probable que Selves estuviera jugando con los celos de amante despechado de los funcionarios británicos, porque al mismo tiempo  departía con el embajador aleman Von Schoen respecto a las compensaciones en el Congo. En este alineamiento del personal del Foreign Office seguramente tuvo mucho que ver el activo papel de Crowe, que seguía advirtiendo de la amenaza alemana, generando un ambiente de animadversión contra Berlin. Solo así se explica que frente al despliegue de 100.000 soldados franceses y españoles en Marruecos, la aparición de un cañonero de 1.000 toneladas y 125 tripulantes fuera tildada de “agresión despiadada”. 

FOTO. EL EMBAJADOR ALEMAN EN FRANCIA ENTRE  1910-14, WILHELM E. FREIHERR ( BARON ) VON SCHOEN (  SCHÖN )

Es cierto que anteriormente la comunicación de Grey a los franceses sobre la decisión gubernamental del 4 de julio dejó a estos sobrecogidos: " que ellos [ los franceses] debian  reconocer que, en buena medida por sus propias acciones, un regreso al status quo anterior se había convertido en muy dificil, si no imposible, y que podría hacerse necesario  dar un mas definitivo reconocimiento que antes a los intereses alemanes en Marruecos" Del texto se podía deducir que los ingleses hasta consentirian ceder con condiciones un puerto marroquí al II Reich . Cailleaux se apresuró a aclarar las cosas y envió  el 5 de julio un telegrama a su embajador  afirmando que los franceses bajo ningún concepto cederian parte alguna de Marruecos a los alemanes. Los principios compartidos por todos los mandatarios y negociadores franceses se basaban  en el rechazo a las concesiones territoriales a Alemania en Marruecos y preferencia por el dialogo bilateral, según se recoge en los telegramas intercabiados entre Caillaux  y P. Cambon. Este último le pidió a Grey que aclarase a que tipo de compensaciones se refería el gabinete londinense y el 6 de julio se quejó de la negativa a enviar buques como contramedida y avisando de la facilidad con la que los alemanes podrían fortificar Agadir. Grey intentó tranquilizar a los representantes de la III República negando la posibilidad de presiones británicas  que forzaran a Francia a modificar sus puntos de vista.


FOTO. PAUL CAMBON, EL INCOMBUSTIBLE EMBAJADOR FRANCÉS EN GRAN BRETAÑA DURANTE 1898-1920

 Estos desencuentros en el interior de la Entente, no obstante, permanecieron ocultos para los observadores externos. En el discurso del 6 de julio ante la cámara de los comunes, el primer ministro Asquith fue conciliador, en  línea con las medidas  aprobadas por el conjunto el gabinete,  pero a su vez  volvió a defender la vigencia de la Entente con Francia y las obligaciones de Inglaterra hacia su socio, y dejó caer que la acción inapropiada de Agadir habia creado una nueva situación que comprometía los intereses ingleses. De nuevo se apreciaba el divorcio dentro del gabinete británico donde los portavoces de la tendencia liberal-imperialista deformaban las conclusiones consensuadas por el conjunto del gobierno. Igualmente, Bertie actuaba por su cuenta al prometer el 11 de julio a los franceses  que Inglaterra rechazaría la entrega de un puerto marroquí del Atlántico a los alemanes.

 Mientras,
Crowe, con Nicolson y Bertie detrás, seguía insistiendo en las perversas intenciones últimas de los alemanes y esgrimiendo la posibilidad de que toda la crisis se saldara con un aislamiento británico; el 15 de julio escribió que Berlín estaba haciendo nada menos que“ una oferta determinada para una coalición francoalemana contra Inglaterra”. Las personalidades del Foreign Office tildaban automáticamente cualquier intento alemán para reclamar compensaciones por el abandono de sus derechos en Marruecos como una jugada retorcida para desmontar la Entente. Por supuesto, Selves y los miembros de la administración francesa se limitaron a alentar este punto de vista ( que les parecía descabellado pero ventajoso para sus intereses ) según les conviniera.


18.7.11

TRADUCCIÓN: "REFLEXIONES SOBRE LA GUERRA MUNDIAL" DE BETHMANN-HOLLWEG

 ( TRADUCCIÓN ESPAÑOLA   REALIZADA POR EL AUTOR DEL BLOG EN EL VERANO DE 2011 A PARTIR DE LA PRIMERA EDICIÓN INGLESA DE OCTUBRE DE 1920. )


"INTRODUCCIÓN"   ( CORRESPONDIENTE A LAS PAGINAS 9-30 DE LA EDICIÓN DE 1920 )

 Nuestra actitud en la crisis de Bosnia en 1908-1909 fue en realidad un intento de ofrecer al gabinete ruso una salida al callejón sin salida en el estaba la situación, y así lo hicimos. Pero esta actitud fue interpretada como una afrenta al sentimiento nacional ruso y Rusia considero cada vez más a Alemania como el principal obstáculo a la materialización de sus ambiciones e para el control exclusivo de los Balcanes y Constantinopla.

Cuando el príncipe von Bülow dejo su despacho en julio de 1909, entregándome la gestión de la Cancillería Imperial el me puso al tanto, en varias prolijas conversaciones, del conjunto de las relaciones exteriores de Alemania. Esta visión puede ser reducidas a que nuestra relaciones con Rusia y Francia eran enteramente correctas, que la actitud de Inglaterra era motivo de ansiedad; pero que sería posible con pasos cuidadosos establecer establecer relaciones de confianza con ella también.


Mi propia impresión era que la voluntad general había sido excitada contra nosotros entre las grandes potencias de Europa por la política de cerco impulsada mas que nunca por rey Eduardo VII. Iswolski, responsable de la política exterior de Rusia, no perdía oportunidad de dar su mas violenta expresión a su irreconciliable disgusto con el conde de Aehrenthal y su manera de conducir por entonces la política austrohúngara. Ni siquiera la devoción y determinación con la que el embajador ruso, el conde Osten-Sacken, un típico diplomático de la vieja escuela, implicándose personalmente en el mantenimiento de la tradicional amistad entre Rusia y Alemania podía contrarrestar el hecho de que las fuerzas más influyentes de San Petersburgo estaban ampliando la hostilidad contra la monarquía del Danubio a su aliada, Alemania. 



Nuestras relaciones con Francia eran en ese tiempo estables. La convención económica marroquí concluyó en 1909, lo que auguraba fricciones. Con todo, el gobierno francés de la época estaba obviamente ansioso por prevenir ruidosas demostraciones de los agitadores revanchistas. El señor Jules Cambon, embajador francés en Berlin repetidamente me aseguró que unas relaciones más estrechas entre ambos gobiernos eran indispensables. El conservaba un vivido recuerdo de las serias alteraciones a las que nuestras relaciones se habían visto sometidas en 1905. Conocía el carácter de sus paisanos demasiado bien para no reconocer que la obligada dimisión de Delcasse había entonces inflingido una herida en el orgullo galo, y que esa herida no había cicatrizado, incluso cuando el resultado de la conferencia de Algeciras fue eminentemente satisfactorio para Francia. También fue lo suficientemente honorable para admitir que la pérdida de Alsacia-Lorena en 1870 no estaba olvidada y que la reparación de las afrentas sufridas en aquella ocasión constituía un elemento predominante en la política francesa por encima de todos los acontecimientos coyunturales, y estimaba que causaría crecientes complicaciones al menor tropiezo.



En Inglaterra el rey Eduardo VII estaba en el cenit de su poder. Los políticos ingleses por lo general lo saludaban como el “Gran Pacificador”, y enfáticamente rechazaban cualquier sugerencia que la asociación con Francia y Rusia emprendida por Inglaterra implicase un cerco a Alemania, y muchísimo menos un compromiso militar.

Lord Haldane, en un discurso hecho el 5 de julio 191?, declaró expresamente que esa opinión carecia de fundamento y era contraria a la realidad. Esta afirmación tenía parte de verdad y parte de falsedad. Que el rey Eduardo, o para decirlo mas correctamente, la política oficial británica detrás de el, había planeado una alianza militar contra nosotros no era el caso, en mi opinión.  Pero negar que el rey Eduardo buscó y promovió nuestro aislamiento es solo jugar con las palabras. El hecho cierto del asunto era que las comunicaciones entre ambos gobiernos estaban restringidas al simple despacho de temas y negocios corrientes entre dos estados que no estaban en conflicto abierto.
EL MONARCA INGLÉS EDUARDO VII ( 1841/ REINADO 1901-1910 ) BETHMANN LO JUZGA COMO UNO DE LOS ARTIFICES DEL ENTENDIMIENTO BRITANICO CON LA ALIANZA FRANCORRUSA. ( IMAGEN  NO PRESENTE EN EL TEXTO ORIGINAL )





Además Alemania se encontró con una oposición combinada de Inglaterra, Rusia y Francia en todas las cuestiones controvertidas de la política mundial.  Y por último esta combinación no solo interponía todos los obstáculos en la realización de las ambiciones alemanas sino que trabajaba sistemática y exitosamente para alejar a Italia de la Triple Alianza.   Pueden denominar a esto “cerco”, “balance de poder” o lo que se quiera: pero la intencionalidad buscada y eventualmente obtenida no era otra que la de forjar una compacta y suprema coalición de estados para obstruir a Alemania, por medios diplomáticos al menos, en su libre desenvolvimiento como poder en ascenso.

La interpretación de esos manejos políticos no solo proviene de críticas chovinistas, sino también de reconocidos círculos pacifistas tanto en Inglaterra como en Alemania y de observadores neutrales. Viendo que durante la guerra la Entente ha tomado a Bélgica en sus brazos para su protección, y entusiasticamente le dá la bienvenida a sus filas como colega del derecho y de la justicia, puede escasamente ignorar la opinión de los diplomáticos belgas sobre este tema.
Sus veredictos exponen los variados escenarios del cerco a la luz de las más condenatorias evidencias, y son quizás mas convincentes que los numerosos testimonios ingleses que proclamaban en cualquier oportunidad la antipatía e incluso las tendencias hostiles de la Entente Cordiale respecto a Alemania.


Podemos entender mejor la posición de Inglaterra en el nuevo alineamiento de las Grandes Potencias fijándonos en muchos de los respetados hombres de estado ingleses, sin distinción de partido. Sir Edward Grey en fecha tan temprana como 1905 cuando el partido liberal estaba próximo a alcanzar el gobierno , sostuvo que un gabinete liberal mantendría la política exterior del anterior ejecutivo.  Añadió que aspiraba a mejorar las relaciones con Rusia, y que era deseable no oponerse a un fomento de las relaciones con Alemania, eso si, a condición de que ese acercamiento no perjudicara las relaciones de Inglaterra con Francia.  De ahí se deducía un entendimiento con Alemania, pero solo tan lejos como la amistad francesa lo permitiera, y más tarde la amistad rusa se convirtió en otra condición. Así era el principio rector de la política inglesa desde el fin del “espléndido aislamiento” justo antes de la guerra. Y este principio era un grave asunto para Alemania. Inglaterra era muy consciente de que la mirada de Francia estaba clavada fijamente en Alsacia-Lorena, y podían oírse los acordes de la “causa revanchista” sonar a través de las armonías de la fraternización francorrusa.  Inglaterra conocía perfectamente las condiciones relacionadas con el incremento de armamentos y expansión de los ferrocarriles estratégicos contra Alemania que Francia impulsaba en su aliada Rusia, en retribución a cada empréstito.  En una palabra, Inglaterra estaba como poco en una posición tan óptima como nosotros para captar adecuadamente las tendencias belicosas de la alianza francorrusa, que asomaban detrás de la misma.  A nadie podrá sorprender la ansiedad con la que los ojos alemanes seguían toda la evolución de esta actitud británica. Por cierto, el mismo rey Eduardo, el inspirador de la política de cerco dio más tarde inequívocas señales de cómo deseaba que sus deseos diesen frutos. El conjunto de manifestaciones favorables que el monarca otorgó a un esforzado paladín de la revancha como el señor Delcassé con motivo de la caída de este en la primavera de 1906 disipa cualquier duda sobre el verdadero espíritu de la amistad que unía Francia e Inglaterra.


Sir Edward Grey refirió , en lo que le concernía personalmente, que no mostraba ningún sentimiento de enemistad con Alemania. Es debatible si el mismo era capaz de apreciar la plena tendencia agresiva de la potencia francorrusa. Posiblemente el consideraba que su misión era pescar en las aguas revueltas según las necesidades de la política inglesa.  Hay buenas razones para pensar también que sus planes no excluían la posibilidad de un acercamiento en ciertos aspectos a Alemania, y que consideraba cada uno de los acercamientos compatibles con el mantenimiento de una estrecha asociación con Francia y Rusia. Su actitud parece haber sido más compleja que la de los estadistas franceses y rusos. A traves de su mente discurrian varias combinaciones políticas las cuales no en cajaban en su totalidad en los más obvios objetivos de la Entente.

No es mi intención entrar en la cuestión de si Alemania podría haber dado un giro diferente a esta configuración del ordenamiento mundial si se hubiera respondido en los primeros años del siglo a las tentativas inglesas de acercamiento y en consonancia hubiera modificado su programa naval.
En el año 1909 el panorama que yo he descrito anteriormente estaba basado en el hecho de que Inglaterra se había colocado del lado de Francia y Rusia en la continuación de tradicional política de oponerse a cualquier poder continental que en un momento dado fuera el más fuerte; y que Alemania incrementaba su programa naval, había dado una dirección concluyente a su política de Oriente Medio, y se mantenía en guardia contra el antagonismo francés que no fue mitigado por su política en años anteriores.  Y si Alemania percibió un formidable agravamiento de las tendencias hostiles de la actitud francorrusa a partir del decantamiento de Inglaterra hacia la Alianza Dual, Inglaterra por su parte había percibido como una amenaza la vigorización de la flota alemana y una violación de sus antiguos derechos por nuestra nueva política de Oriente Medio. Las palabras habían quedado sobrepasadas. La atmósfera era glacial y anunciaba tormenta.


Por todas estas razones la posición de Alemania era la más precaria, porque la Triple Alianza había perdido mucha de su solidaridad interna, aunque externamente no lo aparentase. Ciertamente entre nosotros y Austria-Hungria la cercanía de posturas prevalecía. Aprendimos en la conferencia de Algeciras las limitaciones más allá de las cuales no iría el apoyo diplomático austro-húngaro. Pero Italia, tras llegar a entendimientos con las potencias occidentales respecto a Marruecos y Tripolitania gracias a Visconti Venosta, fue aproximándose claramente a Francia más y más; sus ambiciones en los Balcanes, incluso cuando convergía con la monarquía danubiana y enfrentándose a los movimientos nacionalistas balcánicos, no podían precisamente relajar sus relaciones mutuas. Un ministro de exteriores como Prinetti apenas podía ser considerado como un exponente leal de la Triple Alianza original. Igualmente, la preocupación por sus intereses en el Mediterraneo obligaba a Italia a estar pendiente de Inglaterra; basta imaginar las tremendas perspectivas a las que hubiera estado abocada en caso de hostilidades con Inglaterra, puesto que sus posesiones insulares habrían quedado a merced de la escuadra inglesa. La actitud de Italia en la conferencia de Algeciras y la crisis Bosnia fue lo suficientemente elocuente del estado de cosas. Sus coqueteos con la Entente habían dado paso a peligrosas intimidades.


La situación internacional en el verano de 1909 puede ser imparcialmente descrita como sigue: Inglaterra, Francia y Rusia estaban asociadas en una solemne alianza. Japón estaba conectado a ellas a través de su alianza con los ingleses. Las hondas controversias de los primeros tiempos entre Inglaterra y Francia o entre Inglaterra y Rusia habían sido superadas por convenciones en las que cada parte había recibido ventajas materiales. Italia, cuyos intereses mediterráneos habían provocado diferencias entre ella y las potencias occidentales pero también la ponían bajo dependencia de las mismas, fue inducida para acercarse a ese grupo. El cemento que amalgamaba toda la estructura de la coalición en la comunidad de intereses entre los Poderes miembros, creada por la política británica del “do ut des” ( doy y das ) y por el conflicto por separado de cada Poder con Alemania.  El antagonismo fundamental hacia Alemania de la alianza francorrusa se había agravado en el caso de Francia por la primera crisis marroquí y en el caso de Rusia por la crisis de Bosnia; y en este último punto, debe ser mencionada, con grosera ingratitud respecto a nuestra actitud durante la guerra ruso-japonesa. Japón por su lado, naturalmente, se resintió de la actitud que nosotros adoptamos en Shimonoseki. Finalmente la hostilidad económica de Inglaterra hacia su competidor alemán tomó un carácter acentuadamente político debido a nuestro rearme naval. Y consecuentemente Alemania tuvo, en mi opinión, que procurar reducir el peligro principal puesto que no podía conjurarlo enteramente ( ese peligro era la Alianza de Francia y Rusia ) intentando que se restringiera al máximo el respaldo inglés a esta Alianza Dual. Esto hizo necesario que nosotros tratáramos de buscar un entendimiento con Inglaterra.


El Káiser estaba completamente de acuerdo con esta política e incluso en más de un debate me la describió como el único procedimiento posible y el único que el mismo perseguiría con todos los recursos a su alcance.  El Káiser se mostraba profundísimamente impresionado por nuestra posición cercada. En las varias ocasiones que él proclamó el poder mundial de Alemania con su característica elocuencia y con una confianza inspirada por el asombroso fortalecimiento de su patria , el lo hizo con la intención de lanzar al país nuevos bríos y elevarlo de la rutina diaria mediante el estímulo de su temperamento entusiasta. El quería ver a su pueblo fuerte y satisfecho; la misión de Alemania, un asunto de convicción para él, era una misión de trabajo y de paz. Que este trabajo y esta paz no perecieran en medio de los peligros que los rodeaban era su máxima preocupación. Una y otra vez el Káiser me dijo que su estancia en Tánger en 1904, la cual bien sabía que evolucionaría en alarmantes complicaciones había sido impuesta contra su propio deseo y bajo la insistencia de sus propios consejeros políticos; y que el hizo uso en grado extremo de su influencia personal para un arreglo amistoso de la crisis de Marruecos de 1905.

Su actitud durante la guerra Boer y durante la guerra ruso-japonesa estuvo fundada igualmente en un deseo de paz. Y ciertamente a un halcón no le habría faltado oportunidades para aventuras militares. En ese tiempo críticos alemanes tenían el hábito de afirmar que las demasiado frecuentes protestas de nuestras intenciones pacíficas eran menos eficaces para la paz que disuadir a la Entente de buscar la modificación del status quo. Esta consideración es de peso incuestionable en una época imperialista cuyos cálculos principalmente se daban en términos de poder material, y solamente incidentalmente con el mantenimiento de la paz. Así fue desde al menos una década antes de la guerra, y es posible que esas consideraciones expliquen mas de uno de los pronunciamientos del Káiser en los cuales puso el acento en el poder militar alemán. Ciertamente expresiones de este tipo no ayudaban a relajar la tensión general en la cual estaban inmersas las relaciones internacionales. Pero la inquietud en el mundo estaba realmente enraizada en ese balance de poder que dividía Europa en dos campos, ansiosamente vigilándose el uno al otro y armándose hasta los dientes. Los embajadores de las grandes potencias conocían al Káiser lo suficientemente bien para estar perfectamente al tanto de que sus intenciones reales eran completamente pacíficas. Nada más lejos de la realidad que el estado de opinión creado durante la guerra presentándolo al mundo como la odiosa caricatura de un tirano sediento de guerra, poder mundial y matanzas. El destino que ha deparado al Káiser esta inaudita tergiversación de una personalidad profundamente penetrada por el ideal de la paz es quizás la mayor tragedia de la historia. Solo aquellos, como yo mismo, que estuvimos durante años en comunicación confidencial con el Káiser, y habíamos experimentado el deseo apasionado con el que buscó una solución pacífica en ese verano fatal de 1914, puede realmente saber como su sufrimiento por la caída de Alemania debe de haber sido superado amargamente por esos otros ultrajes contra su profundo sentimiento basado en convicciones cristianas.




* * * * * * * * * * * ( separación con asteriscos en el original )




La situación interna de Alemania era muy confusa en la época en que yo tomé posesión de mi cargo. La política del príncipe Bülow de gobernar mediante un bloque parlamentario había tenido un indudable éxito, con la cual había implantado un liberalismo progresista por un tiempo al menos desde su desventajosa posición ante una intransigente oposición y había de este modo ensanchado las bases de la política gubernamental. Pero la cooperación con el partido progresista había provocado el disgusto de los conservadores tanto en la práctica como en los vínculos personales, y el Zentrum [ N.T. Centro Católico ] aunque estaba próximo a la Derecha en incontables asuntos habituales, se encontraba alineado con la socialdemocracia en la oposición , una postura impuesta por las decisiones del bloque, mas que por resentimiento hacia estas.  Quizás un mejor resultado se habría alcanzado si el gobierno hubiera pactado tempranamente con la oposición de el Zentrum presentándolo como un asunto puramente transitorio.  La disolución del bloque provocó que la dislocación de los partidos empeorase en comparación con la situación previa. La Derecha, libre de su alianza con el partido progresista estaba más dispuesta que antes a sostener expresiones claras de los puntos de vista agudamente conservadores, especialmente en el Landtag prusiano. La clase media izquierdista estaba amargamente decepcionada de haber fracasado en ejercer más influencia sobre la política y en consecuencia se inclinó de nuevo hacia la oposición. La socialdemocracia había sido perceptiblemente debilitada por las decisiones del bloque aunque se limitó a endurecer su intransigencia. Únicamente el Zentrum había ganado alguna ventaja. Gracias a un hábil liderazgo que mantuvo entre sus contactos a las fuerzas conservadoras y democráticas, y gracias a sus prudentes tácticas que le ahorraron posturas prematuras y le proporcionaron una posición más flexible, de perfiles con menos rígidos que a los demás partidos ante aquellas políticas impuestas por las condiciones generales.


Esta amplia acentuación de la línea de los partidos encontró considerable estímulo en la opinión pública fuera del Parlamento. Es casi imposible hoy en día entender como la disputa se embraveció tan amargamente en torno a cualquier asunto, como los impuestos sobre la renta con sus moderados gravámenes, y como principios fundamentales de la moralidad familiar alemana podían ser usados como invectivas en cada riña. La resistencia, especialmente de los conservadores, era en esta y en otras cuestiones totalmente miope e hizo mucho daño al partido en el país, especialmente cuando recibieron el apoyo de los elementos de la asociación de terratenientes.
El reproche de que los conservadores con su oposición al impuesto estaban intentando salvar sus propios bolsillos era demasiado obvio para no ser aprovechado por los agitadores de masas. Y si el Zentrum pago menos por su rechazo al impuesto sobre la renta fue probablemente porque adoptó una actitud menos hostil hacia la reforma electoral prusiana.  El tozudo rechazo de los conservadores a renunciar al sistema electoral de clases que había favorecido a su partido tan remarcablemente en el curso de nuestro desarrollo nacional, desnudo su política en su pleno contenido de interés de clase. Y esto era agravado por su negativa a aceptar un impuesto sobre la renta que ciertamente tasaba la propiedad de la tierra mas duramente que otros capitales.






El partido de la Prensa, naturalmente recurrió a su grosero cizañeo en lugar de plantear las cosas pausadamente. La victoria de la reacción sobre la reforma ( el destino de la política del bloque y la caída del príncipe von Bülow eran habitualmente interpretados así ) fue convertida por los periódicos socialdemócratas en la materia de apasionadas efusiones sobre el atraso de nuestras condiciones políticas, las cuales se asumía que se debían a la dependencia a un poderoso gobierno de propietarios oligárquicos.  No se midió suficientemente como cada exageración alteraba los significados y creaba erróneos prejuicios en el extranjero. Con el paso de los años recibí constantemente lamentaciones de alemanes que conocían el estado real de los problemas en la patria y vieron el reflejo distorsionado de estas declaraciones en el exterior. No sería aventurado decir que la campaña de odio y vilipendio dirigida contra los alemanes por nuestros enemigos durante la guerra obtuvo su munición de esta fuente mucho más que del Pangermanismo.


Yo, personalmente, tuve que sufrir por la confusión de nuestras condiciones políticas internas. Ningún partido deseaba exponerse al reproche de promover la política del gobierno. Esto fue suficiente para bloquear cualquier intento de formar una mayoría parlamentaria sólida. En algún caso las diferencias de convicciones políticas hicieron imposible que yo pudiera encajar mi política general en conformidad con esos partidos que eventualmente respaldaban la reforma fiscal. Y de la otra banda, las líneas políticas de la socialdemocracia y progresistas se presentaban como una opción impracticable. La única solución fue improvisar una mayoría según la ocasión; y se demostró a lo largo del tiempo que las medidas podían sacarse adelante siguiendo cada propuesta del gobierno y en aceptables formatos mediante este procedimiento, con la excepción de la reforma electoral de Prusia.




Y esto incluyó trascendentes legislaciones, como el estatuto de Alsacia-Lorena, la ley de seguros y los presupuestos militares. Un crítico, sin partidismos, admitirá que la legislación imperial aprobada por este método tenía un carácter, tal vez abierto a las críticas de los partidos principales . pero más próximo a la conformidad de los requerimientos esenciales de el momento que si hubiera sido obtenida por un legislativo de pura base partidista. Por lo general mis esfuerzos en poner al gobierno antes que el partido, objeto de muchísimas críticas y contumacia, tenían un objetivo final que yo consideraba la culminación de mi política interior y su puesta en práctica con este método.




Puede que no sea pertinente preguntarse si alguien que estudie el asunto sin prejuicios vería que la Socialdemocracia combinaba sus amargas quejas contra los hechos históricos y sus utopias sin fin, todas económica y políticamente inviables, con importantes objetivos los cuales no estaban solo inspirados por el idealismo sino también adaptadas a los intereses económicos y políticos de su mundo. Sus seguidores, que se contaban por millones, eran principalmente reclutados entre la clase trabajadora que podrían haber hecho grandes cosas en el campo de las actividades productivas y que eran mantenidos bajo una estricta disciplina por las secciones económicas de los sindicatos y las organizaciones políticas del partido. Solamente una errónea concepción de las limitaciones de la autoridad del gobierno podría hacer suponer que un poder como este podía ser reprimido por medidas represivas. El deseo predominante en varios ambientes de la clase media de mantener a la Socialdemocracia permanentemente en posición de abierta hostilidad hacia la Realeza y el gobierno, no era una política práctica. No podía ser reconciliada con las responsabilidades de una política como la mía de un carácter conservador y constructivo.
Yo había expresado mi convicción contraria al ministerio de interior cuando, en ocasión de la ceremonia de apertura del congreso laborista alemán, declaré que la adaptación del movimiento laborista al orden existente en la sociedad era el más importante objetivo de los tiempos. Y no mucho después repetida y enfáticamente argumenté en el mismo sentido cuando propuse la ley de Consejos del trabajo, un proyecto legislativo que desafortunadamente no prosperó. Durante la guerra seguí la misma línea incluso con más énfasis.




Hubo continuos y considerables obstáculos a toda tentativa de inducir gradualmente al partido socialdemócrata hacia las asignaciones presupuestarias y los programas militares, sus terroríficas extravagancias en disputas sobre los salarios, sus profesiones de tendencias internacionalistas, y sus constantes y dañinos ataques a la monarquía, hicieron a todo hombre de estado sospechoso ante la masa de la clase media sino combatía a la Socialdemocracia. Las clases medias estaban parcialmente convencidas y parcialmente acostumbradas a considerar que el combate contra la Socialdemocracia en todo momento y en toda ocasión era el principal requisito de un hombre de estado adecuado. El espíritu de Bismarck era siempre invocado en esto, aunque los más comprometidos adherentes a su política de anti-socialdemocracia no podía haber ignorado el cambio en las condiciones desde su época. Y si los socialdemócratas mismos podían excusar su amargura señalando las persecuciones que habían soportado bajo la Ley contra el Socialismo y las muchas duras palabras en los años siguientes, eran ellos mismos quienes siguieron el juego a sus oponentes e hizo más difícil protegerles de las demandas contra ellos dictadas por el espíritu de la autocracia y reforzadas por una legislación de excepción.



La confusa y fluida condición de los partidos era muy inconveniente para la dirección de los asuntos exteriores. La posición externa de Alemania, como he descrito, era demasiado grave como para permitirles el lujo de conflictos internos que serían bienvenidos por una opinión pública extranjera hostil como una evidencia de debilidad. Aunque la vida política requiere una crítica libre tanto de hombres como de asuntos, las extravagancias a este respecto conducían al riesgo de aparentar inmadurez política. Y así es imposible dar a los intereses de un país una representación efectiva sin un espíritu de equipo suficiente para refrenar una crítica contumaz.

Al pueblo alemán le había costado largo tiempo aprender que prestar atención a los problemas exteriores era necesario por la entrada de Alemania en la política mundial.  Esa es la impresión que uno obtendría el debate anual de sus representantes en el Reichstag en relación con los votos respecto a los asuntos exteriores. Muchos de los discursos en esas ocasiones, discursos que estaban diseñados para hacer, e hicieron, mal ambiente sin otro propósito, uno no puede sino imaginarse si los peligros de nuestra situación externa eran comprendidos o no en estos discursos sobre nuestra política exterior. ; pero de la otra banda estos peligros eran frecuentemente sobreestimados en ocasión de los debates sobre los programas militares. El pueblo en conjunto no mostraba inclinación por los impulsos chovinistas. El público apenas leía a Nietzsche o Bernhardi. Y como ingenuamente las tendencias materialistas del momento encontraban amplia actividad y satisfacción en una magnífica prosperidad de los negocio, el público no pensaba en conquistas o imperios; mientras esta fundamental corriente de opinión era expresada con suficiente esmero en la política de los diversos partidos, contrastaba con las campañas nacionalistas de algunos de sus líderes.  Debe reconocerse que la Socialdemocracia era ampliamente vituperada cuando el punto de vista nacionalista era frecuentemente utilizado en fórmulas extremas propiciando violentos conflictos y culminando en indeseables confrontaciones de partidos nacionales e internacionales, cuya oposición a los armamentos y cuya aceptación del principio de arbitraje constituían un programa en si mismo bastante lógico,  aunque
la presión de estas proclividades internacionalistas estaba fuera de lugar. La propaganda pangermana también hizo su contribución a la tensión. En cualquier caso es debatible el punto de vista que obtuvo general aceptación durante la guerra de que el carácter alemán encontraba su verdadera expresión en el pangermanismo, cosa mucho menos evidente en 1909 cuando el movimiento pangermano había empezado a conseguir audiencia entre los Conservadores y los Nacional-liberales. Pero esto no influyó sobre la política del gobierno. Poco después de mi entrada en la cancillería tuve ocasión de dar una afilada respuesta a una ofensiva de la Liga Pangermánica. Yo aprendí mas tarde con ocasión de la crisis marroquí de 1911, y durante las tentativas de llegar a un entendimiento con Inglaterra, que importantes partidos con una gran implantación en la administración de Prusia, en el ejercito, la marina y los grandes negocios y quienes habían sido afectados por las ideas pangermánicas podían y obstaculizarían la conducción de la política exterior. No estoy diciendo que los Conservadores y Nacional-liberales condujeran una campaña que incluía la guerra. Pero  no rechazaron gestos que podían ser interpretados como amenazas por personas predispuestas, y ellos obstaculizaron mis esfuerzos para eliminar las principales fricciones en los asuntos externos acusándome de debilidad.





8.7.11

LA SEGUNDA GUERRA BALCANICA VI-1913 / VII-1913

La situación creada por el Tratado de Londres irritaba profundamente a los búlgaros, cuyo principal objetivo político era el control de la totalidad de Macedonia ( incluyendo el puerto de Salónica, la gran puerta de los Balcanes ) que en su mayor parte había quedado bajo la tutela de griegos y serbios. El zar Fernando de Bulgaria, ansioso por hacerse con ella, se preparó para una nueva guerra a pesar de la opinión de la mayoría de sus consejeros, no tanto por discrepar de la causa como por considerar al país poco preparado para afrontar un nuevo gran desafío, máxime cuando Serbia contaba con la solidaridad expresa de Montenegro, y Rumania, y Rusia daban signos de hostilidad contra el engrandecimiento búlgaro hacía los estrechos. Además Serbia y Grecia estaban en pleno proceso de acercamiento y el 1 de junio de 1913 firmaron un tratado de asistencia mutua


La ruptura del fuego comenzó el 30 de junio de 1913 en el río Bregalnitsa cuando el IV ejército bulgaro avanzó contra los 1º y 3º ejércitos serbios, solo para ser rechazado casi inmediatamente más allá del río sin que el V ejército búlgaro le pudiera prestar ayuda efectiva debido a unas órdenes tardías. Al terminar la batalla el 8 de julio, los búlgaros habían sufrido 20.000 bajas, y los serbios, 3.000 muertos y 13.000 heridos.


Simultáneamente, en la línea Kilkis-Lahanas entre el 30 de junio y el 4 de julio el II ejército búlgaro enfrentó a las tropas griegas de la zona, que le superaban crecídamente en número ( 80.000 frente a 177.860 soldados ) con pésimos resultados, puesto que en el contraataque heleno las posiciones búlgaras fueron arrolladas, contabilizando los hombres del zar Fernando 6.000 muertos y otros 6.000 prisioneros con 130 cañones, frente a 8.000 bajas griegas.


El 5 de julio y el 6 de julio fueron formalizadas las declaraciones de guerra de Serbia y Grecia a Bulgaria, pero esos días el acontecimiento más trascendente fue la decisión de Bucarest de movilizar a sus fuerzas armadas; el paso final fue la declaración de guerra de Rumania a Bulgaria el 10 de julio. Bruscamente, los bulgaros se veían atrapados en una guerra en dos frentes, y teniendo que vérselas con un adversario intacto como era su vecino del norte. Unos 80.000 rumanos penetraron en Dobrudja, en la costa del Mar Negro, un pequeño distrito con poblaciones de múltiple origen sobre el que existian diferencias de limites entre ambos países


Un protagonista inesperado se unió a la rebatiña: Turquia, viendo una oportunidad dorada para desquitarse, al menos en parte, de su reciente humillación declaró la guerra al gobierno de Sofia e intervino en Tracia Oriental. Ante semejante mazazo los búlgaros se apresuraron a solicitar la paz, pero sus enemigos, conscientes de su ventaja, desoyeron el llamamiento. El día 14 de julio 250.000 soldados rumanos atravesaron el Danubio y irrumpieron en el corazón de Bulgaria, marchando sobre la capital del país. Al menos los búlgaros recibieron un pequeño respiro en el oeste, donde las tropas servias del 3º ejército y sus aliados montenegrinos que trataban de quebrar las posiciones adversarias en Kalitmantsi fracasaron en su empeño

En cambio el desastre del 22 de julio, con la pérdida de Adrianópolis, la adquisición búlgara más notable en el conflicto anterior, a manos de los turcos demostró lo desesperado de la posición de Bulgaria. Un factor externo vino a salvar su precaria situación. Rumania, alarmada por los gestos cada vez más hostiles de Austria-Hungria ( opuesta al engrandecimiento de sus vecinos fronterizos )  optó por acordar un armisticio con los dirigentes de Sofia en la misma jornada.
Enmedio del agotamiento de las partes y de las mediaciones internacionales  entre el 29 y el 30 de julio se libró el último enfrentamiento importante en Kresna Gorge, cuando los búlgaros coparon a los griegos en un desfiladero y detuvieron su progresión. A pesar de los llamamientos del rey Constantino de Grecia, partidario de mantener las operaciones, tanto Atenas como Belgrado se acogieron a un armisticio que dió paso al tratado de Bucarest del 30 de julio de 1913 entre los vecinos balcánicos, por el que Bulgaria renunciaba a sus pretensiones anexionistas de Macedonia y ademas perdía la Dobrudja meridional en favor de Rumania. Un posterior acuerdo ratificado bilateralmente entre Turquia y Bulgaria dejaba Adrianópolis en manos de la primera.

En este segundo conflicto en menos de un año, el coste humano fue asimismo desgarrador: Bulgaria registró 93.000 bajas, Grecia 5.851 muertos y 23.847 heridos, Serbia 9.000 muertos y 36.000 heridos y su socia Montenegro 1.200 bajas.

En las nuevas provincias serbias de Macedonia se denunciaron atrocidades. En octubre de 1913 fue elevado un informe del cónsul austríaco Jelitschka, sobre  las atrocidades contra civiles en los alrededores de Skopje , y otras denuncias de cónsules sobre el incidente de Gostivar, donde fueron asesinados 300 civiles albaneses.