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Nuestra invasión de Bélgica ha sido generalmente considerada como de crucial importancia en el curso de la catástrofe universal. Aquí, más que en cualquier sitio, estamos obligados a considerar el asunto objetivamente. Esto se aplica tanto a amigos como adversarios por igual.
Nuestros hombres de armas, hasta donde yo sé, habían tenido desde tiempo atrás solamente un plan de campaña que estaba basado en la asunción inconfundible e inequívoca de que una guerra para Alemania sería una guerra en dos frentes. El plan de campaña era la más rápida ofensiva en el Oeste, y durante su primer periodo, una defensiva en el Este, seguidos tras el previsto triunfo en el Oeste por ataques a gran escala en el Este. Una estrategia sobre estos principios parecía ofrecer la única posibilidad de mantenernos con la cabeza alta frente a la superior potencia enemiga.
Pero la opinión militar mantenía que la condición de éxito para la ofensiva Occidental era pasar a través de Bélgica. En semejante dinámica intereses políticos y militares entraron en un agudo conflicto. La ofensa a Bélgica era obvia y las consecuencias políticas generales de semejante ultraje no eran pasadas por alto. El jefe del Estado Mayor, general Von Moltke, no era ciego a esta consideración pero declaró que era un caso de absoluta necesidad militar. Tuve que acomodar mi punto de vista al suyo. Ningún observador que estuviera en sus cabales podía ignorar el inmenso peligro de una guerra en dos frentes, y habría sido una carga de responsabilidad demasiado pesada para una autoridad civil tener que desbaratar un plan militar que había sido elaborado en cada detalle y declarado esencial. Esto hubiera sido percibido más tarde como la causa exclusiva de cualquier catástrofe que pudiera sobrevenir. Ahora parece que los círculos militares están discutiendo si una estrategia fundamentalmente diferente no habría sido mejor. Yo no estoy interesado en expresar una opinión sobre este punto; pero la experiencia de nuestra campaña polaca de 1915 , considero, no admite el supuesto de que Rusia en el verano de 1914, hubiera sido vulnerable a una ofensiva semejante, de modo que hubiera permitido simultáneamente una exitosa defensa de nuestra parte contra la inevitable ofensiva francesa que inmediatamente se habría producido.
En cualquier caso, semejantes puntos no podían haberme inducido, en julio de 1914, a asumir la responsabilidad de resistir lo que entonces se me presentó como una unánime convicción de las autoridades militares. El ultimátum a Bélgica fue consecuentemente la ejecución política de una decisión que era considerada militarmente indispensable. Pero también mantengo lo que dije el 4 de agosto cuando admití nuestra ofensa. y al mismo tiempo aduje nuestra terrible necesidad que apremiaba y nos disculpaba. Nadie puede negar la necesidad de quien no puede ignorar los hechos militares, y nadie puede denunciar nuestra agresión a partir de los acontecimientos tal y como se presentaron ante nosotros. Haber confiado en obsoletas convenciones sobre fortificaciones es algo que no se sostiene. Habría sido un disparate diplomático que no habría aguantado ni un día. Por otra parte las infracciones de la neutralidad de Bélgica no habían sido puestas en nuestro conocimiento el 4 de agosto. Los documentos en los cuales representantes belgas y británicos negociaron en 1906 el uso militar de Bélgica fueron solamente hallados durante la guerra. Pero incluso suponiendo que hubiéramos sabido el contenido de estos papeles en la declaración de guerra ¿ alguien creería que a la luz de ellos Bélgica habría concedido paso a nuestras tropas, o, aun más, que yo podía haber persuadido al mundo de que teníamos el derecho a marchar por Bélgica?
Ciertamente estos documentos son comprometedores para Bélgica, pero incluso si ellos hubieran estado más comprometidos de lo que realmente lo estaban, solamente nos hubieran liberado de las obligaciones de respetar la garantía de neutralidad de 1839. Después de esto habría estado bastante poco justificado marchar a través de Bélgica como nosotros hicimos, y si Bélgica hubiera rehusado nuestro requerimiento entonces habríamos sido compelidos subsecuentemente a usar la fuerza, esto es, hacer la guerra a Bélgica. Pero como ya he dicho, esta no es la cuestión; un examen más amplio muestra realmente lo poco convincentes que resultaron estos documentos. Publicamos los originales tan pronto como los encontramos en Bruselas, pero yo no puedo decir que esto hiciera particular perjuicio a la propaganda enemiga. El inmenso insulto que se supone realicé contra Alemania, a propósito de lo que dije el 4 de agosto, que además nunca ha sido seriamente discutido, me parece que solamente existe en la imaginación de aquellos que encontraron en ella un instrumento útil contra mi.
La propaganda enemiga por tanto no fue debilitada, y continuó trabajando mediante exageraciones sin límite, por no decir falsificaciones. Italia y Rumania pronto se desdijeron de sus obligaciones en los tratados bajo frívolos pretextos; no porque su existencia estuviera amenazada, sino porque la Entente chalaneo con ellas y ansiaban botín. Fueron recibidas con los brazos abiertos y aplausos estentóreos como nobles campeonas del derecho y la justicia. Nosotros, por otro lado, eramos estigmatizados como criminales porque habíamos insistido en marchar a través de Bélgica en nuestra lucha por la vida, y ninguna atención fue prestada a nuestras garantías sobre la integridad e indemnización a Bélgica. Difícilmente puede uno concebir una más grosera inconsistencia.
La indignación moral con la cual Inglaterra fue a la guerra contra una violación de tratados es difícilmente compatible con los hechos de la historia inglesa. Los hombres de estado ingleses han tejido muy diferentes y muy peculiares puntos de vista sobre este caso particular de la neutralidad belga en la circunstancia de que los intereses británicos fueran afectados. La opinión pública inglesa que se ha dejado arrastrar a un profundo resentimiento haría bien en informarse sobre este punto.
Y esto es visible en el caso presente incluso más claramente que el pasado. Sir E. Grey ha dicho que fue la neutralidad belga lo que hizo entrar a Inglaterra en la guerra. Él registra su conversación con el príncipe Lichnowsky el 20 de julio como sigue:
" después de hablar con el embajador alemán esta tarde respecto a la situación europea, dije que deseaba decirle, de modo privado y amistoso, algo que estaba en mi mente. La situación era muy seria. Mientras estuviera limitada a los actores actualmente involucrados nosotros no teníamos en mente interferir. Pero si Alemania se veía envuelta en ella y a continuación Francia, el tema podía ser tan grande que afectase a todos los intereses europeos; y yo no deseaba que me malinterpretara a causa del amistoso tono de nuestra conversación - la cual esperaba que continuaría- creyendo que permaneceríamos unidos...Estaría fuera de cuestión nuestra intervención si Alemania no estuviera involucrada, o incluso si Francia no estuviera comprometida. Pero sabemos muy bien que si el problema se transforma en algo que consideremos que los intereses británicos requieren nuestra intervención, lo haremos inmediatamente, y la decisión habría de ser muy rápida, tanto como tendrían que ser las decisiones de las otras potencias."
Como puede verse, no hay nada acerca de Bélgica. Pero Grey dice tan claramente como lo permite el lenguaje diplomático que los intereses de Inglaterra le exigirían tomar parte en la guerra tan pronto Francia estuviera implicada.