Uno de esos acontecimientos fue el replanteamiento de la estrategia de la Royal Navy para el caso de un conflicto generalizado con la Triple Alianza.
La enmienda de la ley naval alemana permitía un incremento de dos a tres buques de línea encargados por año hasta 1919, con una inversión de 348 millones de marcos, aunque finalmente se estimó que en realidad serían dos y tres en años alternos, rebajando el desembolso a 250 millones de marcos. En consecuencia el presupuesto de 1913 ya contemplaría los fondos para los dos primeros y potentes acorazados de 32.200 toneladas de la clase “Bayern”. El 31 de enero de 1912 Winston Churchill, flamante y joven Primer Lord del Almirantazgo señaló que el previsible incremento de la escuadra alemana le obligaría a traer de regreso a casa a los buques de combate destacados en el Mediterráneo. Esa decisión exigiría, ni más ni menos, confiar en el apoyo francés en aquellas aguas, hasta el punto de sacrificar la sacrosanta autonomía británica en materia naval. Un reconocimiento práctico de que los recursos propios eran insuficientes para sostener el predominio en los océanos que Gran Bretaña había ostentado indiscutiblemente desde 1805. El retorno de Lord Haldane con una copia pormenorizada de la ley naval alemana aceleró las decisiones sobre la redistribución de la flota inglesa.
EL ALMIRANTE TROUBRIDGE
Sin consultar al Comité de Defensa Imperial ( CID ), Churchill y su equipo estudiaban los ajustes necesarios. El 2 de febrero de 1912 el almirante E. Troubridge, secretario del Primer Lord del Almirantazgo, elevó un informe mencionando las repercusiones de la retirada de los 6 dreadnought estacionados en el Mediterráneo: se perdería capacidad de presión sobre Italia, comprometería los intereses comerciales, desestabilizaría el punto clave de Egipto, y sería un revés diplomático. Y para colmo se calculaba que hacia 1915 serían precisos nada menos que 12 dreadnoughts para tareas defensivas en dicho mar, a juzgar por los trabajos en curso en los astilleros italianos y austro-húngaros. Pero Troubridge pensaba que el dominio en el mar del Norte era crucial, por encima de otras consideraciones, puesto que la rivalidad con Alemania alcanzaba su punto álgido: “ la situación entre Gran Bretaña y Alemania y sus aliados es a todos los efectos un estado de guerra sin violencia presente”.
Churchill y el reputado almirante Fisher veían a Francia como el socio que podría hacerse cargo de la seguridad de los intereses británicos en el Mediterráneo. Estos planes elaborados en exclusiva por el Almirantazgo fueron conocidos públicamente por primera vez durante la sesión del 18 de marzo de 1912 en la cámara de los Comunes, cuando Churchill en persona los mencionó. Las conversaciones postreras de la misión Haldane no se habían roto definitivamente, pero las perspectivas eran ya claramente pesimistas. Según explicó Churchill, el aumento del poderío naval teutón solo dejaba una elección: concentrar la Royal Navy en las aguas metropolitanas. A partir de ese instante la denominada Primera Flota sería la espina dorsal del despliegue británico. Constaría de cuatro escuadrones de 8 acorazados modernos y un buque insignia cada uno. La complementarían las llamadas Segunda y Tercera Flota, engrosadas por unidades acorazadas anticuadas.
¿ De dónde saldrían los componentes de la Primera Flota? Tres de sus escuadrones procederían de las antiguas flotas del Atlántico y Nacional. La cuarta provendría del Mediterráneo, aunque no estaría estrictamente ubicada en puertos británicos, sino en Gibraltar. Desde esa estratégica posición podría continuar interviniendo en el Mare Nostrum pero Churchill especificó que sus movimientos siempre estarían regidos por el criterio principal: la vigilancia sobre la flota alemana.
Poco después una circular del Almirantazgo, el 1 de mayo, implementó las instrucciones del nuevo ordenamiento. Inicialmente la trascendencia y alcance de las medidas pasaron un tanto desapercibidas tanto a los círculos administrativos, prensa y opinión pública, distraídos por los últimos estertores de las negociaciones angloalemanas y la catástrofe del “Titanic”. Ni siquiera en Paris parecían darse por aludidos por el enorme voto de confianza que les estaba otorgando el Almirantazgo británico
LORD HALDANE
Sin embargo el fracaso definitivo de la distensión propuesta por Haldane a mediados de abril puso en primer plano las discusiones sobre los pasos a seguir ante el nuevo panorama estratégico que se vislumbraba.. Churchill entendió rápidamente la conveniencia de hacer copartícipes de sus planes a otras instancias oficiales y a final de mes preparó, tras consultar al primer ministro Asquith, una reunión del CID en Malta. Desde ese instante los planes de reubicación de la armada fueron motivo de una encendida controversia. Asquith solicitó al CID el 29 de abril “ que considerase los efectos de las nuevas disposiciones navales en el Mediterráneo y demás lugares (…) y el grado de relación a buscar sobre la cooperación de la flota francesa”. Churchill alegó ante cualquiera que le prestara oídos que sus disposiciones eran la única respuesta lógica al desafío alemán. Sobre el particular le describió la retirada mediterránea a Haldane el 6 de mayo “como el primer paso consecuente para una guerra con Alemania y todos nosotros estamos conciliando las disposiciones de paz con las necesidades de la guerra. Sería una locura perder Inglaterra para salvaguardar Egipto”.
Otro argumento más técnico, esgrimido por el Almirantazgo hacía hincapié en la idoneidad de los polémicos cruceros de batalla como fuerza de sustitución en Malta en tanto fueran convenientemente respaldados por unidades sutiles ( cruceros acorazados, destructores y submarinos ). Y aún más, como quien no quiere la cosa, los lores deslizaban que otra posible solución en caso de que las dudas persistieran sería aumentar el tamaño de toda la marina militar “ 10 dreadnought más botados en 1912-13, o 4, junto con la adición de 6 buques de combate construidos o en proyecto en astilleros ingleses para potencias extranjeras, harían segura la posición británica en aguas propias y mediterráneas a partir de 1915 sin recurrir a apoyo foráneo”. Pero el coste estimado de tres millones de libras ejercía un poderoso efecto disuasorio.
Entretanto Churchill seguía vendiendo su proyecto. De nuevo con Haldane como interlocutor, afirmaba: “ Si [Francia] es nuestro socio, no sufriremos. Si no lo es, sufriremos. Pero si ganamos el gran envite en el escenario decisivo, podremos poner toda la carne en el asador. Haga lo que haga Francia, mi consejo es el mismo, y es la primera de todas las leyes de la guerra concentrar la fuerza en el punto clave” A pesar del creciente debate el Almirantazgo se ratificaba en su decisión operativa inicial. Pero la polémica seguía aumentando. Haldane criticó la retirada señalando que entorpecería el tránsito de tropas coloniales, e informes del Estado Mayor recordaban que Chipre, Malta y Suez quedarían expuestos a las apetencias de Austria, Italia y Turquía.
En estos juegos de tira y afloja influía una destacada camarilla burocrática integrada por John French, recientemente nombrado jefe del Estado Mayor Imperial, y el general Henry Wilson, desde 1910 director de operaciones militares del departamento de la Guerra. Ambos presionaban por una alianza declarada con Francia. A ellos se les unirían en el ministerio de exteriores el subsecretario Arthur Nicolson y Eyre Crowe, fervorosos profranceses y antialemanes, especialmente desde la 2ª crisis marroquí del año anterior. Por ejemplo, Crowe distribuyó otro de sus bombásticos memorandums pronosticando toda clase de calamidades si se persistía en la evacuación de la escuadra mediterránea: mayor fidelidad de Italia a la Triple Alianza, España se orientaría hacia Berlin, la dependencia turca respecto a los deseos alemanes aumentaría, y Egipto estaría amenazado. Y todo esas negras perspectivas quedarían solventadas con el concurso de la marina francesa. Haldane era reluctante a esa opción de acuerdo explícito con Paris. Pensaba que impulsaría a Turquía a los brazos de Berlín, y además implicaría contraer obligaciones. Y no era el único que desconfiaba en elegir esa salida. Grey se oponía a las demandas de una “alianza defensiva” con Paris. Aunque alarmado por la situación en el Mediterráneo, opinaba que una vinculación demasiado estrecha con el vecino meridional rompería el inestable equilibrio dentro del gobierno británico. En declaraciones al “Westminster Gazette” se pronunciaba “ La condición para mantener las manos libres es que proporcionemos a nuestra flota el nivel necesario de vigor. Sin él, inevitablemente nos volveremos dependientes de nuestros vecinos y a merced de sus combinaciones y alianzas”. Como Haldane, Grey pensaba que el aumento de efectivos absolutos de la Royal Navy era la mejor solución a los crecientes problemas estratégicos del imperio británico
ARTHUR NICOLSON
Enterado del aumento de las suspicacias, Churchill estableció nuevas rondas de conversaciones con Asquith, mencionando que las nuevas disposiciones navales podían ser canceladas o al menos modificadas. Asquith debía considerar también la parte de la ecuación vinculada con la Entente. Esas variables eran las sospechas francesas por el futuro de las relaciones bilaterales y el deseo de abrir negociaciones sobre cuestiones navales con Londres. Algunos gestos apaciguadores de Asquith hacia Alemania en la sesión del 30 de abril en los Comunes revivieron los temores galos. Grey tuvo que garantizarle al embajador francés, Paul Cambon, que las negociaciones con Berlín estaban definitivamente rotas y que en el futuro solo se debatirían cuestiones coloniales. A mediados de mayo Haldane se dirigió a la cámara de los Lores proclamando que el país estaba libre de alianzas continentales, lo que inquietó al presidente francés Poincaré, que hizo público su enojo. Grey tuvo que actuar de nuevo como cortafuegos y dio garantías firmes sobre el futuro de la Entente por conducto diplomático. Los franceses entendieron el recado y se dieron cuenta de que era mejor enmudecer para no viciar el debate en el Parlamento británico. Pero sus maniobras, eso si, menos estridentes, no cesaron. Trataron de crear un conducto extra de relaciones apelando al reparto de tareas costeras, en el cual la flota británica “cuidase del canal de la Mancha y el litoral norte de Francia, mientras con una escuadra renovada tomaba a su cargo el Mediterráneo”, con el pretexto de que Inglaterra se hiciese partícipe del acuerdo naval francorruso renovado recientemente.
De todos modos Asquith y Nicolson preferían mantener una pizca de ambigüedad, y se escudaban en las reticencias del gabinete para no admitir esa colaboración. Churchill también consideraba preceptiva la aprobación del gabinete, pero fiel a su estilo astuto quería se retrasara el sometimiento de la cuestión hasta después de la cita de Malta. En pocas palabras, poniendo así a los liberales radicales ante un hecho consumado que no tuvieran más remedio que tragar. A Grey se le encargó explicar al resto de sus compañeros de gobierno el giro de los acontecimientos y la posibilidad de un entendimiento naval anglofrancés. En suma aceptar otro paso más en la consolidación de la Entente.
A nivel mediático, las principales cabeceras de la prensa fueron definiendo sus líneas editoriales al respecto. El “Westminster Gazette” sostenía que lo más práctico era invertir más en la flota, y así mantener el ascendiente sobre el Mediterráneo, con lo que Inglaterra seguiría siendo dueña de su propio destino. El “Times”, aparentemente reluctante a una alianza formal con Francia, aplaudía en cambio el aumento de la coordinación con el socio continental y aprobaba la nueva ubicación de los buques. La prensa francesa elogiaba los planes del Almirantazgo entendiendo sagazmente que reforzaban la confianza en el seno de la Entente en la medida que los gobernantes británicos decidían apoyarse en Francia en un tema tan sensible para ellos como la hegemonía en el mar. A nivel político el 14 de junio Poincaré se felicitó de que “La Entente Cordiale, en ausencia de pacto, tiene la garantía de una inmensa mayoría favorable de la opinión de ambos países (…) el debate de los problemas comunes y la búsqueda de soluciones mutuas en los problemas de política general”.
Entretanto, los principales dirigentes británicos concernidos viajaban a Malta. Asquith y Churchill aprovecharon para hacer un periplo turístico en yate por el sur de Italia y recalaron en su destino el 29 de mayo de 1912. Allí, en las pausas entre múltiples eventos y recepciones, dialogaron con Lord Kitchener, por aquella fechas cónsul-gobernador de Egipto y Sudán, y decidieron modificar ligeramente las disposiciones originales del Almirantazgo. Permanecerían basados en Malta 3 cruceros de batalla de la clase “Indomitable” y 4 cruceros acorazados de la clase “Devonshire”. El escuadrón de Gibraltar sería fuerte en 8 acorazados dreadnought. Kitchener recibió seguridades de Asquith y Churchill sobre un acuerdo con los franceses, basado en el reparto de funciones: ellos defenderían la costa atlántica francesa, y aquellos les respaldarían en el Mediterráneo. Para no herir susceptibilidades de los liberales radicales, la palabra alianza no se mencionaba. El paso siguiente, y mas enrevesado, sería justificar estas conclusiones ante el resto del gobierno, ante la oposición conservadora y ante las demás instancias militares.
El 15 de junio Churchill presentó un informe a los ministros en el cual enfatizaba la utilidad del apoyo francés en el Mediterráneo en caso de hostilidades, permitiendo la concentración propia en el mar del Norte. Pero no logró convencer a todo su auditorio. El anterior Lord del Almirantazgo, Reginald McKenna, dijo sin ambages que un aumento de los efectivos totales era la mejor solución, y en una airada sesión del gobierno el 19 de junio encontró aliados. Churchill desgranó cuidadosamente su teoría. Volvió a subrayar que los planes de Tirpitz dejarían a Inglaterra expuesta a un ataque por sorpresa. Pero admitió la indefensión del Mediterráneo en ese trance. Lo auténticamente deseable, dijo, sería un aumento en las construcciones de navíos de combate, pero las tasaba en un pesado presupuesto 20 millones de libras, y un programa semejante no estaría completado hasta 1916. Por tanto, se ratificaba en la conveniencia del acuerdo con Francia.
REGINALD MCKENNA
El 24 de junio McKenna refutó esta tesis, salvo la referida a la potenciación del programa de construcciones navales, que evitaría “ser conducidos por nuestra debilidad a una dependencia respecto a cualquier poder europeo”. Al día siguiente Churchill replicó cáusticamente señalando que una división de la flota sería una receta garantizada para un desastre en caso de confrontación, pero lo cierto es que McKenna había tocado la fibra sensible de los liberales radicales, muy susceptibles ante una alianza explícita con Francia más allá de los términos suscritos en 1904, y pidieron una “tercera opinión” al CID para el 4 de julio. El revuelo político aumentaba y el 2 de julio en la cámara de los Lores varios unionistas irlandeses como el Earl de Selborne ( otro antiguo Primer Lord del Almirantazgo ) censuraron la anunciada disminución de poder en el Mediterráneo y la subordinación respecto a Francia: “[no debemos] depender exclusiva o prácticamente en exclusiva de la lealtad, eficiencia o valor de cualquier aliado para la protección de nuestros intereses en el Mediterráneo”. Otro líder político, Lord Esher, relató crudamente lo que supondría la retirada: “Eso significaría la alianza con Francia (…) bajo la excusa de conversaciones (…) adiós al dominio del mar en la próximo conflicto (…) recurrir a la ayuda extranjera sucede cuando la decadencia se aproxima"
Arthur Nicolson se inclinaba cada vez más por la opción del incremento de la armada, a pesar de favorecer personalmente el entendimiento con Paris. El reputado liberal radical Lord Morley remachó: “ No a la alianza, con o sin máscara” y McKenna resumía estas prevenciones el 3 de julio, recordando que un acercamiento aún más estrecho implicaría “ una alianza con la obligación de luchar en una guerra que no sería nuestra (…) ¿ qué términos demandaría Francia de nosotros a condición de protegernos en el Mediterráneo?"
La reunión del CID el 4 de julio dilucidó la controversia, con la presencia de todas las estancias concernidas del gobierno londinense. A lo largo de una sesión de seis horas, polarizada por un cara a cara entre Churchill y McKenna se debatió sobre los efectivos idóneos para sostener la estrategia en los mares cruciales para los intereses de su país. Churchill exigía una ventaja del 60% sobre Alemania y un 10% sobre Austria en los escenarios del mar del Norte y el Mediterráneo. Conseguir estos márgenes conllevaría la incorporación de 6 nuevos dreadnoughts, pero con la asistencia francesa bastarían los cruceros de batalla para compensar una amenaza italoaustriaca. Insistía en que no defendía una alianza, sino que la redistribución se basaba en mantener estos principios: “debemos mantener una continua y adecuada superioridad en fuerza sobre los alemanes en el mar del Norte, y todos los demás objetivos valiosos deben, si fuera necesario, ser sacrificados para asegurar este fin”. Grey y sus asesores de exteriores matizaron recordando la conveniencia de respaldo naval para sostener la política británica ante las potencias del sur de Europa. Finalmente, el CID sentenció: “ debe haber siempre un razonable margen de fuerzas superior preparado y disponible en las aguas patrias. Este es el primer requisito. Subordinado a esto, debemos mantener, disponible para propósitos mediterráneos y estacionada en un puerto mediterráneo una flota de combate igual a cualquier combinación de poderes locales, exceptuando a Francia”
ROBERT BORDEN Y WINSTON CHURCHILL
En realidad, a pesar de las efusiones triunfantes de McKenna y Esher, la balanza se inclinaba claramente por considerar el mar del Norte como el área de prioridad del poder marítimo británico, tal y como defendía Churchill.
El gobierno debía concretar estas conclusiones ¿ como lo haría? Durante la reunión del gabinete el 15 y el 16 de julio el Primer Lord del Almirantazgo propuso la creación para 1915 de una escuadra de 8 acorazados o cruceros de batalla dreadnoughts. La baza que ostentaba para completar el programa constructivo eran sus contactos con el primer ministro canadiense, Sir Robert Borden. En las reuniones del CID Borden prometió una asistencia que podía llegar hasta los 3 dreadnoughts. Churchill seguía apostando por los cruceros de batalla para Malta ( aumentando su número hasta 4 ) acompañados por una escuadra de cruceros acorazados. McKenna seguía en sus trece exigiendo para Malta acorazados para neutralizar a los austriacos, y una presencia permanente, incluso en caso de lucha abierta en el mar del Norte. Pero la imposibilidad de que la expansión naval en curso concluyera antes de 1915 hizo al gabinete apoyar la opción de los cruceros de batalla para Malta
Como ya hemos comprobado, todas estas decisiones tenían una trascendencia estratégica más allá del mero despliegue naval. Suponía aprobar una alianza implícita con Francia, un reforzamiento de la Entente superando lo suscrito durante su fundación en 1904. Henry Wilson y Arthur Nicolson estaban encantados con el desenlace. Aunque las rectificaciones con los cruceros de batalla en Malta sería suficiente para lidiar con los austrohúngaros la ayuda francesa sería insustituible frente a una coordinación italoaustríaca.
El 16 de julio el consejo ministerial británico abrió la puerta a una cooperación naval con Francia “ que cada comunicación no fuera en perjuicio de la libertad de decisión del gobierno si debería cooperar o no en la eventualidad de conflicto” A pesar de la consabida coletilla de la “libertad de elección”, los liberales imperialistas habían subido varios peldaños en su esfuerzo de acercamiento militar a Francia. El pacto entre las diversas partes del espectro político inglés tenía su piedra de toque en un programa acelerado de fabricación de dreadnoughts. Con la asignación de un millón de libras extra se preveía la construcción hasta el año 1916 de 21 unidades pesadas, superando las 17 unidades calculadas en principio. Y no solo era una cuestión de cantidad. Una consecuencia del programa de reforzamiento fue la construcción de los formidables acorazados de la serie “Queen Elizabeth”, los buques mas potentes entre los dreadnoughts en servicio en el mundo en aquella época. Botados en 1912 y 1913 entraron en servicio antes de 1916. La serie constaba de 5 unidades, con un desplazamiento de 32.590 toneladas. Su diseño respondía a la necesidad de lograr una ventaja cualitativa sobre sus previsibles oponentes germanos. El sistema de propulsión sustituía el sistema mixto de carbón y fuel por un sistema de combustión exclusiva de fuel, capaz de superar los 25 nudos de velocidad, sin maquinaria extra. En definitiva, una escuadra rápida y bien protegida, capaz de coordinarse con los fulgurantes cruceros de batalla.
Aunque los principales lamentos por la sangría en el presupuesto nacional que supondría tantos dreadnought surgieron precisamente en la prensa liberal afín a Downing Street, su inquilino y sus colaboradores inmediatos habían conseguido, frente a las obstáculos levantados por liberales radicales y unionistas, su intención primordial: fortalecer la Entente y convertir a Alemania en el enemigo número uno en la planificación militar británica.
FUENTES
“How the First World War began” Edward E. McCullough 1999
“British dreadnought versus German Dreadnought” Mark Stille 2010
“ The politics of grand strategy: Britain and France prepare for war 1904-1914” Samuel R. Williamson 1990
" German battleships 1914-18 ( II ) " Gary Staff 2009
Consultas diversas en internet sobre las biografías de las personalidades citadas en el texto